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GRACIAS

GRACIAS

A lo lejos oigo mi nombre, alguien me llama… a lo lejos. Voces muy conocidas me traen sin dificultad al consciente. Abro los ojos y la luz no me ofende, me recibe con un azul disperso por el atardecer que me da comodidad a la vista, aunque no sepa en qué momento ni dónde estoy tras nueve horas de intervención y quince en la REA.

Pero, repentinamente, algo se ilumina en mí al ver a mis amadas Marta y Marián.

Unas palabras de reencuentro, en voz baja, entrelaza nuestra alegría compartida. No hay tiempo para más en el amplio pasillo/sala de espera donde han estado aguardando mi salida. Mis primeras palabras son consecuentes: me acuerdo de las cosas como si hubieran pasado unos minutos.

Sus miradas, sus sonrisas y sus esperanzas han acariciado mi corazón sin dejar espacio para los pensamientos, dejándolo en plenitud emocional. No hay dolor, permanezco en la ingravidez de los sentimientos. Tras una breve despedida, el celador conduce la camilla con cuidado, pero sin pausa hacia mi nueva y desconocida ubicación.

Un corto recorrido para llegar a la planta de hospitalización donde me trasladan a la “Sala de Cuidados Intermedios”, un lugar muy iluminado por luz de sala y por unos grandes ventanales que tengo junto a la cama donde me ponen y monitorizan mis constantes. Todos con el recién llegado: celador, enfermeras y médicos. Me siento muy atendido y tranquilo, el nivel de molestia es muy bajito. Intento estar atento a lo que me dicen, pero los restos de la anestesia y la intervención me devuelven al mundo del sueño, sin soñar, sólo para dormir plácidamente hasta que me despiertan.

La luz que entra por los ventanales indica que la mañana se abre paso intensificándose poco a poco. Mientras, la luz artificial de la sala me parece tan intensa como en el momento de mi llegada.

A partir de ese instante, a la vez que voy descubriendo todo lo que me rodea, comienzo a pensar en lo que ha pasado y a ser consciente de que debo volcar mis pocas fuerzas físicas y mis muchas ganas anímicas en agradecer esta oportunidad y, lo primero, dar la bienvenida y emocionado recibimiento al riñón que acaban de trasplantarme. Ya forma parte de mi ser.

“El milagro de los trasplantes”, como titula su libro el Dr. Matesanz, se ha vuelto a producir, en mi caso, por tercera vez gracias a la generosidad de una familia que, en medio de su dolor, han sido tan altruistas y solidarios como para aceptar la donación como medio de alargar la vida de su familiar en otra persona con necesidad y de mejorar considerablemente la mía y la de mi familia. No hay palabras que puedan expresar tanto agradecimiento. Cuidar de este órgano es una obligación que contraigo, no sólo por mi beneficio sino, también, por respeto y tributo al donante y su familia.

Comienza la fase de recuperación. Pero esa es otra historia que iré explicando más adelante. De momento, todo es genial y la función renal es estupenda. La espera ha merecido la pena pues la compatibilidad, a pesar de estar en una lista de espera PATHI -con el 100% de anticuerpos-, ha resultado ser lo más personalizada posible.  Muchas gracias a todos los que lo han hecho posible.

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