Historias con cara y ojos (Sara Lladonosa)
Sara tenía 37 años y era maestra de escuela cuando detectó que algo no iba bien del todo.
Como ella nos recuerda, la enfermedad renal es la enfermedad silenciosa. “Nunca he sufrido dolor”, nos dice. El único síntoma que dio la cara fue que tenía mucho sueño y se encontraba muy cansada. Por eso su pareja insistió en que acudiera al médico. Los análisis salieron muy disparados y la derivaron al urólogo. El diagnóstico fue: “No tienes riñones”, aunque Sara está muy agradecida al seguimiento que el médico hizo de su caso, estas palabras fueron muy difíciles de digerir. A finales de abril se entera de que tiene el 15% de funcionamiento renal y el 16 de julio comienza diálisis. Deja el trabajo, pierde muchísimo peso y un pensamiento invade su mente: “Me estoy muriendo”.
Sara recuerda que fue muy difícil acostumbrarse a controlar la ingesta de líquido y vigilar la dieta, pero que poco a poco se adaptó. La parte más difícil, sin embargo, era decirle a su hija pequeñita que no podían ir al parque porque mamá estaba muy cansada. Por otra parte destaca la importancia del apoyo que recibió de los suyos y el mimo de las enfermeras. Nos dice que en la sala de diálisis eran todos como una familia y se vive todo con una fuerte empatía. Por eso, cuando estaba en lista de espera y llegaba alguien trasplantado se enfrentaba a sentimientos encontrados. Se alegraba muchísimo pero pensaba que a ella nunca le llegaría. Pero ¡Se equivocaba! Llegó y ya hace 4 años del trasplante. Ahora sigue muy de cerca los casos de quienes están esperando y luchan día tras día contra las dificultades de la enfermedad. Cuando oye o lee noticias sobre accidentes vuelven estos sentimientos bidireccionales. Por un lado la tristeza por la pérdida, pero cuando ya no se puede hacer nada más, piensa: “Ojalá sean donantes”, porque ha vivido en carne propia todo lo que supone recibir un órgano.
Con un profundo agradecimiento nos comenta cuando valora ahora algunas cosas sencillas como poder comer tomate, que le encanta, y degustar los frutos del otoño. Pero lo que valora por encima de todo es haber recuperado la energía que un día tanto añoró para pasar todo el tiempo que puede con su hija.
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